lunes, 4 de marzo de 2013

El síndrome de Estocolmo

Desde la izquierda, Héctor de la Guardia, Jorge Masetti, Heberto Padilla
y Norberto Fuentes. No es Estocolmo. Es Miami, en 1994. Y el cóctel
no es Cuba Libre porque la mezcla no es ron. Es whisky, como pueden ver.

Una entrevista de Roberto Careaga

Publicado como “Norberto Fuentes: 'Padilla fue un hombre equivocado, un iluso' — Cuba rescata la obra de Heberto Padilla, el poeta que desató el quiebre de los escritores con Fidel Castro”, en La Tercera, el 2 de marzo de 2013. Esta es la versión final.

“Heberto, yo no he tenido actitudes contrarrevolucionarias”, dijo Norberto Fuentes al tomar la palabra la noche de 29 de abril de 1971. Era una jornada suficientemente tensa, pero de todas formas el escritor y periodista salió a desmentir al poeta Heberto Padilla, que lo había acusado a él –y a varios otros escritores- en el curso de una agria autocrítica pública tras 37 días detenido por “actividades subversivas” contra la Revolución Cubana. Estaban en la sede de la Unión Escritores y Artistas de Cuba, en La Habana, la oficialidad cultural castrista, que presidía la cita, y corrían horas claves para el infame Caso Padilla, la herida que dividió a la intelectualidad del planeta en relación de Fidel Castro.

Años después, Fuentes ingresaría en el círculo más íntimo de Castro, pero al entrar en pugna con el poder terminaría en el exilio en 1994. Encontró domicilio en Miami, Estados Unidos, precisamente donde llevaba casi 15 años Padilla. Habían sido amigos, siguieron siendo amigos. El poeta nunca se había recuperado de su derrota contra la Revolución Cubana. Escritores como Mario Vargas Llosa, Jean Paul Sartre y Juan Rulfo le habían dado su apoyo público en 1971, pero él no fue capaz de corresponder a tanta responsabilidad: se acusó de difamar e injuriar al proceso revolucionario.

“Padilla fue siempre un hombre equivocado”, dice Fuentes al teléfono desde Miami. Autor de una voluminosa biografía novelada de Fidel Castro escrita en primera persona, la investigación Hemingway en Cuba y, entre otros, la controvertida novela Condenados de Condado, conoce íntimamente los pormenores del caso Padilla. En su versión, más que poner en aprietos a Cuba, permitió a Castro saber quiénes estaban con él: “Con todo respeto y cariño, pero a quien cojones le importa los 37 días que pasó Padilla llorando en una cárcel de La Habana en medio de la Revolución. Tuvo el enorme y maravilloso efecto de que Fidel aprendió la lección: con los intelectuales no iba a ningún lado”, sostiene.

Fuentes recuerda a Padilla a propósito del anuncio en Cuba de la publicación de un volumen con toda la obra del poeta. La edición, 40 años después de los hechos, tiene la apariencia de un hito: la editorial estatal Letras Cubanas rescata la poesía del autor símbolo de la censura castrista a la libertad de expresión en Cuba. Fuentes pone paños fríos. Asegura que el libro aún no entra a imprenta y que será una edición no vendible, para no tener problemas de derechos con la viuda, Belkis Cuza Malé. Es, agrega, un gesto de la Isla al mando de Raúl Castro: “Quedan estas rémoras del Caso Padilla y es hora de acabarlo. Lo hacen para limpiarse el pecho, Cuba está cambiando su imagen”.

El inicio fue un libro, Fuera del juego. Ganador en 1969 del premio Unión Escritores y Artistas de Cuba, rápidamente generó que la oficialidad castrista sospechara de Padilla. Según Fuentes, en esos poemas más que una crítica a la realidad cubana, Heberto disparaba contra el stalinismo soviético. Precisamente, el poeta venía llegado de un viaje por la Unión Soviética. Venía desencantado con el futuro del socialismo. Y, dice Fuentes, con un plan: “Desde el año 67 quiere crear polémicas en Cuba. Viene de la URSS con el objetivo de convertirse en una fuerza de poder en la cultura cubana”.

Literaria e intelectualmente respetado en La Habana, Padilla se pone del lado de Guillermo Cabrera Infante, que desde 1965 está en el exilio. Privadamente, es crítico del curso de la Revolución y, dice Fuentes, toma la voz para hablar con reporteros internacionales sobre la realidad Cubana. No siempre habla bien. Cuando en 1971 —el año en que publicó Provocaciones— llegó a la Isla Jorge Edwards para preparar el arribo del embajador chileno, Padilla se puso a su lado. La crisis se desató rápido.

“A Padilla no lo ponen preso por la poesía. A Padilla no lo ponen preso por Fuera del Juego. A Fidel Castro qué le importa un libro. Dirigía la Revolución”, dice Fuentes. “Edwards llega a Cuba y desde que desembarca habla mierda de Fidel, y el que se convierte en su interlocutor, con quien anda para arriba y para abajo, es Heberto Padilla. El trainer de Edwards es Padilla. Ah no, hasta ahí quedó Padilla y también Edwards”, explica Fuentes.

Tras informar a Chile de restricciones a la libertad en Cuba, Edwards deja la Isla. Castro no lo quiere en casa. El 20 marzo, tres patrullas llegan al departamento de Padilla y lo detienen. Pasará 37 días preso, mientras en el mundo se desató una campaña internacional para su libertad. Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Sartre, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras. Desde Chile, Enrique Lihn lo defendió con una carta en la revista uruguaya Marcha. Dos días después de ser liberado, Padilla leyó su amarga inculpación, donde acusó también de contrarrevolucionarios a su esposa, Cuza Malé y Fuentes, entre otros.

“¿Tú crees que a Padilla lo soltaron por la presión internacional?”, duda Fuentes. “Fidel determina poner preso a Padilla y sabe cuáles serán las consecuencias. Verá cuáles son los enemigos, los amigos y las ovejas descarriadas. No va a tener a Padilla mucho tiempo preso, serán unos días. Porque 30 años preso son 30 años de escándalo. La represión en Cuba es utilitaria, no tiene sed de sangre. Además, sabía quién era Padilla: internamente en los expedientes secretos, el caso se llamaba el Caso Iluso. Eso era Padilla, un iluso”, sostiene.

Tras nueve años solitarios en Cuba, Padilla sale al exilio en 1981. Morirá en el año 2000 en Estados Unidos, según Fuentes muy cerca de regresar a La Habana. “Sí quiso volver. No sólo quiso volver, sino que tuvo conversaciones con la seguridad cubana, en Estocolmo. Eso estuvo presente en nuestro último encuentro, pocos días antes que se muriera, dice Fuentes, que en Miami lo vio siempre como un hombre destruido. “Él sabía que había cometido un acto de cobardía sin nombre y pasó toda su vida posterior explicándolo”, dice.