jueves, 25 de julio de 2013

Las campanas doblan por mí

Cubanos, recién llegados y desempleados. Enero de 1995.

Nunca la muerte de un hombre me ha disminuido tanto como la ocurrida en Nueva York esta noche aciaga del 24 de julio de 2013. El sábado estuvimos juntos aquí, en Coral Gables, a donde vino para lo que sabía hacer con más devoción que nadie: ayudarme a que yo terminara uno de mis libros. Yo le había enseñado la nota de agradecimiento a él que había escrito de antemano, y sé que le gustó. Yo creo que yo hice muchos de mis libros para poner a Alberto en los agradecimientos. Esta última decía lo siguiente: “Alberto Batista Reyes 'Ton'. ¿Qué libro mío en los últimos 40 años no ha pasado, primero, por sus manos, por su juiciosa lectura, por su descansada amistad?”. Ahora me pregunto por qué coño tuve ese mal presentimiento cuando nos despedimos luego de devolverlo a la finca de unos parientes suyos en Pompano Beach, en vísperas de su regreso a Nueva York. Bueno, ya sé por qué lo tuve. Me quedé sin el Ton. Dios mío, me quedé sin el Ton.

[Para los que no lo conocieron, explico que Alberto fue el mejor director que nunca tuvo la Editorial Letras Cubanas, escribió tres libros de cuentos y tenía en preparación una colección de sus ensayos y un texto sobre el enclave intelectual cubano. Estos últimos están a salvo y eventualmente llegarán a mis manos para un último repaso y agenciarles la publicación.]