sábado, 24 de diciembre de 2016

El último invierno


Las siglas “GP” tienen el significado de general purpose —para todo tipo de propósitos. Dos máquinas General Motors GP-7, de 900 caballos de fuerza —de las 37 que Cuba había adquirido en 1954—, con sus distintivos pasillos delanteros y las vistosas farolas de camino “duplex”, fueron asignadas para halar el convoy del Cuerpo de Ingenieros que arribó a Santa Clara el 24 de diciembre de 1958 bajo el nombre de Tren Blindado.

Salieron del taller Ciénaga, en La Habana, “bajo dominio” —que en lenguaje ferroviario significa a una velocidad que no comprometa la estabilidad estructural de las vías— porque hasta Almendares, donde se cruza la línea eléctrica de Guanajay con la línea sur, es un carril de 80 libras, poco aguante para un tren tan pesado. Ese es el kilómetro 9.214 de la línea sur y el 8.937 de la línea eléctrica de Guanajay. Línea sur tenía un carril de 100 libras —100 libras por yarda. De ahí se fueron por línea sur. Como conducen un tren militar a más de 80 kilómetros, se van por Navajas (estación principal de línea sur). Medina en el medio. Están trabajando con Orden de Vía que significa circular por órdenes semafóricas automáticas, todo controlado por el operador de cada estación. De Ciénaga fueron entonces a Almendares, circulación de unos 5 minutos a no más de 45-50 kilómetros, y seguimos bajo dominio, y con Orden de Vía. De Almendares al Rincón subimos un poco de velocidad, a 60 ó 70 kilómetros porque es un carril de 100 libras. Sigue por Orden de Vía hasta Bejucal. Viene Quivicán, viene San Felipe, viene Durán, viene Guara, viene Melena, viene Palenque, viene Güines, viene Río Seco, viene San Nicolás, viene Vega Bermeja, viene Unión de Reyes, viene Bolondrón, viene Güira de Macurije, viene Navajas, y salen al norte por el ramal Montalbo. En lo adelante, no bajo dominio, avanzan; tampoco a alta velocidad. Evitaron por todos los medios las interferencias. Había como siempre trenes delante y detrás y los trenes desviados a los apartaderos. Porque por ahí viene el Tren Blindado. Santa Clara está en el kilómetro 287.640, donde termina la compañía inglesa; del lado de allá comenzaba el kilómetro 0 de la compañía La Cuba. De Navajas a Jovellanos ganaron una buena velocidad, 80 kilómetros. A pesar de todas las restricciones entre Ciénaga y Almendares (un carril British Steel de 70 libras pero que ya estaba viejo, aunque ahí esté, todavía), como salieron al anochecer, pueden llegar a Santa Clara a las 02:00 AM (otras fuentes dicen que llegaron antes de la medianoche). Después de Jovellanos cogen Quintana, y de ahí a Perico, a Retamar, a Colón Agüica, a Los Arabos, a San Pedro de Mayabón, a Cascajal, a Mordazo, a Manacas, a Washington, a Santo Domingo, a La Esperanza, y por fin a Santa Clara. Es el final de la línea norte, el kilómetro 288. Una línea bien balastada, que soporta sin problemas a dos locomotoras de 120 toneladas a la cabeza.

Absorbida en la noche de la campiña cubana y el machacar del tren sobre los rieles la vieja estrofa, cantada por soldaditos, se apaga dentro de los vagones.

Si Adelita se fuera con otro,
la seguiría por tierra y por mar,
si por mar en un buque de guerra
si por tierra en un tren militar.

El comandante Ignacio Gómez Calderón, al mando de esta última fuerza organizada del ejército de Batista, recuerda a sus dos pequeñas hijas —las íntimas, desconocidas tragedias de cada hombre (dejó a Isela, la “menorcita”, con fiebre). Dentro de pocas horas —cuando en los arrabales de Santa Clara introduzca en el combate contra el Che Guevara a los 548 hombres del Cuerpo de Ingenieros (tuvieron 27 desertores) y pierda la guerra— descubrirá que esa excitación del combate es la experiencia máxima, la que de inmediato va a añorar y ya va a ser una nostalgia incorporada a sus huesos de por vida. Ahora ocupa la mente con sus hijas y en mirar hacia el interior de los vagones y en el repentino silencio de los soldados a su mando, y hay algo que no funciona en este engranaje, y adentro del tren el silencio y la oscuridad parecen ser el orden y el destino, y el comandante Gómez Calderón oye los golpes rítmicos sobre las traviesas y trata de adivinar allá a lo lejos en el fondo de la campiña qué son las luces que cree vislumbrar.

Tibio invierno de Cuba como hoy.

Esta noche la navidad.

Publicada originalmente en Hoy (Nueva York), el 24 de diciembre de 2001.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Las broncas entre Fidel y Raúl
eran de coger palco para verlas

La entrevista de Juan Jesús Aznarez en El País del 8 de abril de 2007.

Fidel Castro es una fuerza de la naturaleza que colocó a Cuba en la geopolítica mundial, fusiló y encarceló a pedido de la revolución, se desembarazó de Ernesto Guevara cuando sospechó que habría de traicionarle y no vacilaría en sacrificar a su hermano Raúl, a quien abroncó frecuentemente, si le sorprendiera en alguna deslealtad. No le importa quién vaya a sucederle. "Yo fui el único que creyó en la posibilidad del comunismo cubano", afirma el comandante en La autobiografía de Fidel Castro, de Norberto Fuentes. Lejos de enaltecer o denigrar a Castro, el autor cubano lo interpreta a partir del triunfo de su revolución, en el año 1959. "Es la biografía que él no puede escribir sobre sí mismo, no puede llegar hasta donde llego yo, con sinceridad, y con la libertad que tengo para hacerlo. Lo conozco bien. Estuve con él, porque estuve en su revolución. Si alguien le cogió el pulso, fui yo", subraya el autor, residente en Miami, que dedicó buena parte de su vida a descifrar el pensamiento de Castro.

Norberto Fuentes (La Habana, 1943) perteneció al entorno de notables del régimen, y se le atribuye haber sido su comisionado en tareas políticas y de inteligencia, hasta que en el año 1989 es detenido durante las redadas de la denominada Causa 1, que culminaron con el juicio y fusilamiento de un grupo de jefes y oficiales del Ejército y del Ministerio del Interior, acusados de corrupción y narcotráfico, entre ellos su buen amigo el coronel Antonio de la Guardia.

El escritor pudo salir de Cuba en el año 1994 gracias, entre otros factores, a la mediación del premio Nobel colombiano y amigo de Castro Gabriel García Márquez. Antes llevó a cabo una huelga de hambre y fue balsero. Fuentes evade en su libro "los lugares comunes sobre la revolución y sobre Fidel: un dictador, un asesino con las manos manchadas de sangre... Por ahí no vamos a ningún lado. Se trata de entender un fenómeno, una fuerza de la naturaleza, que existe, que está ahí, que quedará permanentemente en la historia".

Pregunta. Puede ser que su autobiografía guste a Castro, ¿no?

Respuesta. Le debe gustar en cierto sentido. Digo, si aún conserva su sentido del humor. Y no es un libro que sea peyorativo. Es una interpretación de su carácter. Es un trabajo válido desde el punto de vista literario y de ensayo; sobre todo, del ensayo. Si coges la biografía que Edmund Morris escribió sobre Reagan (Dutch. A Memoir of Ronald Reagan, 1999), el autor introduce un personaje imaginario para poder explicar algunas cosas. Eso es mucho más falso que asumir la historia verdadera y contarla desde la perspectiva de Fidel Castro porque el problema está no en lo que ha hecho, que eso lo sabe todo el mundo, sino en el porqué, en el cómo, en lo que estaba en su cabecita. Y, sobre todo, en lo que se desprende de conversaciones íntimas. De lo que él me decía, de lo que le dijo a Raúl, de lo que le contó a Aldana [Carlos Aldana, secretario ideológico del Partido Comunista de Cuba (PCC) hasta su defenestración, en 1992], de lo que contaron otros, de lo que yo oí de éstos, y de su propia actuación.

P. ¿Le ha resultado difícil abordar su pensamiento, ponerse en su pellejo?

R. Bueno, yo no tengo su inteligencia. Es un hombre muy inteligente. Yo he tenido los resultados a la mano de lo que él ha hecho, pero nunca pude prever, ni tenía la posibilidad de ver las cosas que él vio. Y él ve mucho.

P. ¿No subyace en usted cierta admiración por el personaje que recrea?

R. Si hay admiración, es la admiración que él mismo se tiene. Y además con toda razón. Él puede tenerse toda la admiración que quiera.

P. Lo ha definido inteligente, pragmático y versátil.

R. Es un hombre fundamentalmente pragmático, una virtud de casi todas las revoluciones que han sobrevivido. Es ahí donde él se funde con la idea de la revolución, con el concepto universal de la revolución: todas las revoluciones van para adelante, para atrás, para la derecha, para la izquierda... Se adaptan al medio. No hay nada más darwiniano que una revolución. Y la cubana es leninista: una revolución vale lo que sepa defenderse.

P. El inventario de virtudes ya se ha dicho. ¿Y el de vicios?

R. Tiene muchos, pero él mismo le diría: ¿por qué mirar las manchas del sol? No vamos a valorar a Fidel Castro por sus vicios, sino por sus virtudes, por lo que ha sido su obra personal como gobernante. Yo diría también que el principal defecto es su educación gansteril, y por eso resuelve algunas cosas como las resuelve. No duda en fusilar a quien la revolución necesite fusilar.

P. ¿Fueron tan acusadas las disputas entre Fidel y Raúl?

R. Las broncas fueron de coger palco para verlas. La bronca ha sido siempre entre la ortodoxia de Raúl, un ideólogo, un comunista, y la pragmática audacia de Fidel, un luchador revolucionario con una obstinación por el poder. En los años ochenta, Raúl tenía grandes discusiones con Fidel sobre la perestroika (liberalización económica) y los problemas económicos de Cuba. Raúl era, y yo creo que lo sigue siendo, partidario de la perestroika y, de alguna manera, de la glásnost (transparencia). Las broncas corresponden a las luchas intestinas dentro de las fuerzas que mueven las revoluciones. Pero como la revolución cubana tiene tendencia a ocultarlas, ganan importancia cuando son reveladas.

P. Fidel Castro dice en su obra [refiriéndose a Ernesto Guevara]: "Entre mi deliberado propósito de enviarlo a la muerte..." (en el Congo o Bolivia). Dura acusación, ¿no?

R. Sí, lo mandó a matar. Pero Fidel realmente salvó al Che porque convirtió a un traidor en potencia en un santo de la iglesia revolucionaria.

P. ¿Es cierto que el Che temió ser asesinado en Cuba?

R. Sí. Todas estas escenas del libro son rigurosamente ciertas, minuciosamente registradas, y vienen casi siempre de alguno de los personajes que están ahí sentados. En el caso de los temores del Che, lo puedo decir ahora porque la información viene de alguien que murió: Víctor Pina, un viejo comunista.

P. ¿La URSS puenteó a Fidel Castro en la crisis de los misiles?

R. Le sorprendió la retirada de los misiles. Fidel siempre estaba exigiendo a Nikita Jruschov una declaración pública de que había un pacto militar entre Cuba y la URSS para evitar lo que pasó después. Pero Nikita lo que quería era monopolizar la crisis, que es lo que hizo y le quedó muy bien.

P. Castro escribe en su testamento que deja "la intrascendencia". No parece importarle qué vaya a pasar tras su muerte.

R. A Fidel le importa un carajo quién venga después. Apostar a lo que vayan a hacer las generaciones posteriores es una estupidez, es un problema de las generaciones futuras. Lo que está diciendo es: "Yo les dejo esta papa caliente, yo he pasado cincuenta años con ella en la mano y ni me he quemado; y ustedes están vivos por la enorme habilidad con que yo he sabido manejar este negocio. Somos hoy una potencia política, Cuba cuenta en todos los foros y nadie nos puede pasar por alto".

P. ¿Y qué pasará en Cuba tras su muerte?

R. Le voy a responder como Fidel Castro: es un problema de los que vengan. Cuando las revoluciones no son derrotadas, cuando no hay una restauración contrarrevolucionaria, pasa lo que pasó en China, en la URSS o en Vietnam después de la muerte de Ho Chi Minh (1890-1969). Que son etapas que se van dejando atrás. Todo se va normalizando. El único problema de Cuba hoy día es el problema económico, y eso se resuelve con dinero y con empresas mixtas y privadas.

Nota: El primer párrafo introductorio ha sido ligeramente editado.

Sobrevivió a la noticia

Las palmeras en invierno.
Hace una semana, tras el entierro de las cenizas de Fidel Castro el diario español El País publicó un artículo, de Juan Jesús Aznarez, bajo el título de “Raúl Castro, el albacea”. La nota comienza así: “Los brotes de humor negro atribuidos a Raúl Castro (…) fueron atestiguados por el escritor Norberto Fuentes durante el paseo otoñal de 1987 por Camagüey, visitando la fábrica de fusiles de asalto Kaláshnikov. Acompañaban al entonces ministro de Defensa, su ayudante Alcibíades Hidalgo y el vicepresidente Carlos Lage. Tragos en mano, se metieron con el agua hasta la cintura en la piscina de la residencia que la policía reservaba para estas visitas, según Fuentes en su libro El último disidente. De sopetón, Raúl Castro soltó: ‘¿Ustedes se imaginan, caballeros, que pasaría en este país si a Fidel le da un infarto y a mí me da otro al recibir la noticia?”. Ante las solicitudes de muchos amigos, reproducimos aquí íntegra esa crónica que también se podrá leer en una edición de El último disidente que próximamente estará en venta en sus versiones impresa y electrónica.

El hermano menor

Le llaman “El Cuate” en el círculo más reducido de sus amigos y nada le complace más que lo reconozcan como el primer bolchevique de América. Es un título que él mismo se ha creado, entre chanzas de viejos camaradas y sus impulsos revolucionarios, probablemente para ser, al menos en esa extraña añoranza leninista, el primero por encima de su hermano, sabiendo de antemano, además, que el hermano no se va a interesar en disputárselo. Raúl Castro no es un hombre de gran estatura, ni corpulento, y ha envejecido rápidamente, y a veces las fotografías revelan un pecho abombado que le resta marcialidad. En su conjunto, no presenta la recia impronta que debe distinguir a un ministro de Defensa, aunque ocupe ese cargo desde hace 45 años y que, incluso —y este es otro de sus motivos de orgullo—, haya sido el más joven ministro de Defensa de la historia —un veinteañero cuando lo nombraron en 1959. Por aquel entonces tuvo que superarse con el largo rabo de mula que le colgaba sobre la nuca y su voz inmadura, quizá de adolescente. Hasta que decidió ponerse en manos de un implacable fígaro de la barbería militar del antiguo campamento de Columbia, que, de un tijeretazo, dio por terminado el atributo guerrillero. Ah, ¡y la voz! Ahora es una voz cavernosa y ronca, que impostó a base de arduos ejercicios y de no volver a permitirse un falsete. Ahora sabe rugir y eso es muy adecuado para un sistema de ordeno y mando. Por otro lado —cuando no lleva atuendo militar con sus charreteras de cuatro estrellas de general de Ejército—, sabe vestir sin ostentación pero con suma elegancia y prefiere las ropas de color beige, y el lujo de la única joya que se permite es el Rolex Oyster de oro. Este es, pues, el hombre de presencia ligera y dado a las bromas y a disfrutar de las largas veladas que propicia la gracia de ser un buen bebedor, muy de acuerdo a su estilo bolchevique, y al que he visto tomar decisiones de jefe de Estado, implícitas de frialdad y rapidez ejecutiva, sin que le hayan hecho temblar las manos.

Este es a su vez el hombre que todos observan por sus posibilidades de sucesor de Fidel Castro. En las últimas semanas, luego de que Fidel tuviera el traspié y se hiciera pedazos la rótula —ocho pedazos, exactamente— a Raúl se le ha ofrecido la oportunidad de ejercer el papel de Presidente de la República. Se presenta en la losa del aeropuerto para recibir dignidades, impone condecoraciones y suple en el podio los discursos habitualmente reservados para Fidel. Desde luego, esto obliga a todos los observadores de la política cubana a volver a reparar en el más pequeño Castro. Lo que preocupa es saber si tienen al hombre con la capacidad y los recursos necesarios para dirigir el país —y sobre todo para controlarlo a la muerte de Fidel. Pues me parece que tengo la más preocupante de las noticias para ellos. Más que noticia, un cuento. Una tarde del otoño de 1987, yo acompañaba a Raúl en un recorrido por la provincia de Camagüey que debía terminar en la primera fábrica cubana de producción de las prodigiosas carabinas Kalashnikov, cuando, tragos en mano, nos metimos con el agua hasta la cintura en la piscina de la residencia que la Seguridad del Estado reservaba para estas visitas. Dos o tres miembros más del séquito —recuerdo al vicepresidente Carlos Lage y a Alcibíades Hidalgo, el ayudante— también disfrutaban de aquel ocaso en provincia, cuando Raúl dijo, de sopetón: “¿Ustedes se imaginan, caballeros, que pasaría en este país si a Fidel le da un infarto y a mí me da otro al recibir la noticia?” Fue nítido el nervioso tintineo de los cubos de hielo en el vaso del vicepresidente Lage. “¿Se lo imaginan? —insistió Raúl—. ¿Se lo imaginan ustedes, caballeros?”

Bueno, yo no sé qué debimos imaginarnos aquella tarde, pero sí otra ocasión en que Alcibíades me dijo, no sin un aceptable dejo de orgullo por la resolución de su jefe, que Raúl “tenía muy claro lo que debía hacerse” en caso del fallecimiento de Fidel. Realmente, había mucho más entusiasmo y deliberación que en el lúgubre pronunciamiento de la piscina camagüeyana. “Tiene una conciencia muy clara de su actuación en ese momento”. Y perfiló —por supuesto— una inequívoca noche de cuchillos largos. Y masiva. Quiénes iban a ser incluidos en la lista de la degollina es algo que me quedó sin precisar, pero me resultaba evidente que era todo aquel que pudiese representar el más mínimo peligro para su asunción al poder, al menos en esos instantes críticos de sustituir a Fidel y su gloria.

No les quepa la menor duda, sin embargo, de que pese a estas angustias existenciales, es el hombre perfecto para el cargo. Tomen sino sus dos o tres obras maestras organizativas. Cuando el núcleo matriz de la guerrilla fidelista se fracciona en marzo de 1958, se produce un despliegue hacia al norte del valle intramontano de la región oriental bajo el mando de Raúl, donde pasa a operar permanentemente. Allí es donde él funda el Segundo Frente Oriental “Frank País”, que realmente —en medio de la guerra y para la edad que tenía— fue una proeza, aquel pequeño Estado revolucionario, ejemplar y sin duda disciplinado por el terror. Y después, al triunfo de la Revolución, se convirtió en el jefe del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que siempre ha funcionado como un reloj. Si se toma en cuenta que había heredado un aparato militar de niveles de subdesarrollo y con armamento de la Segunda Guerra Mundial y que además había sido el ejército que los mismos guerrilleros derrotaron en un par de años y que a la vuelta de una década llegó a ser catalogado como uno de los diez primeros ejércitos del mundo y que llegó a dislocar una fuerza de combate permanente de unos 100.000 hombres apoyada con más de 500 tanques y artillería y aviación de intercepción supersónica a más de 15.000 kilómetros de distancia, en la República Popular de Angola, lo menos que se le puede conceder es que se trata de un eficiente organizador y con un buen equipo de asesores.

Pero, cuidado, todavía es el emisario. Un hombre como su hermano Fidel, que no permite siquiera que se le suministre anestesia general para mantener el control de la intervención quirúrgica en su rótula, no es fácil de poner bajo control y mucho menos de aproximarle la idea de ser sustituido. La ilusión de que está disminuido es vana y fatal para el que se lo proponga como escenario de una acción política en Cuba. En este sentido, yo ni dudo incluso de que hayan querido —quizá desde Miami, quizá desde la Casa Blanca— negociar con Raúl a espaldas de Fidel, negociar lo que contrarrevolución insiste en vender como una transición. Desde luego, esa posibilidad también está prevista, y por lo menos en lo que resulta hasta el día de hoy, el mismo Raúl ha puesto a Fidel al corriente de estas dulces tentativas de conspiración.

Fidel se ha descansado durante muchos años en la figura de Raúl porque lo ha hecho aparecer como que su hermano menor es el malo. Y es algo de lo que Raúl se queja y dice, coño, en realidad el malo es él. De modo que eso a la larga significa que, en caso de que Fidel desaparezca, Raúl no tiene una imagen que cuidar con tanto celo. Fidel sí la tiene, como se sabe, y la necesita incluso como alimento espiritual. Bueno, se trata realmente de un personaje fuera de serie. Raúl no, porque es más común. No es una descripción peyorativa. Se trata de acercarlo al común de los mortales. Pero, por eso mismo, y ya que hablamos de lo malo que pueden ser los hombres, reitero que no le va a temblar la mano para la represión. Aunque al final la época no lo ayude para una degollina ni va a contar con la intelectualidad mundial virando el rostro hacia otro lado.

Tampoco es nada nuevo toda esta historia de la transición. Porque es algo que ellos han puesto en marcha hace ya bastante tiempo. Yo recuerdo que Raúl estaba empeñado en mandarnos a Alcibíades Hidalgo y a mí a la URSS y a Polonia para que estudiáramos los procesos de la Perestroika y del ajedrez entre el gobierno de Jarulsesky y el sindicato Solidaridad. Al final solo dio tiempo para que mandara a Alcibíades a Polonia. En eso también Raúl era el leal bolchevique, es decir, también apostaba a lo que pudieran lograr los soviéticos, y recuerdo aquel cuarto piso de su oficina en la sede del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, con los retratos de todos los mariscales y generales soviéticos que habían pasado por Cuba como sus asesores.

Siempre tendremos a París

Y es melancólico, por lo menos hay espacio en su alma para estas extrañas navegaciones del ser. A principios de 1987, yo viajaba a París para cumplir el contrato de un libro y Raúl me hizo perder el vuelo un par de veces. Recuerdo con exactitud una de las fechas, el 10 de marzo. Se presentó en la puerta de mi casa, muy temprano en la mañana, miró las maletas en la sala y a la que era mi mujer, Lourdes Curbelo, con sus atuendos de viaje, y dijo: “¿Tú no crees que puedas suspender ese viaje?”. Todo lo que quería era evocar París. Había estado allí a su regreso del Cuarto Festival Mundial de las Juventudes y los Estudiantes celebrado, nada más y nada menos, que en Bucarest, en 1953. Cuatro días desandando por París. La añoranza, la nostalgia de aquellos pocos días todavía lo apresaban. Entonces comprendí el enorme sacrificio que este hombre había hecho por su hermano. Quisiera dedicarse a jugar gallo y a las juergas. Pero está obligado a mantener bajo un puño de hierro a un ejército comunista. Y no solo a soportar esa carga, sino que es la herencia que le deja el hermano. Si alguien ha estado condenado a no ser lo que quiere, es Raúl Castro. Un militar eficiente, cumplidor y depurado. En eso lo convirtieron, en un hereje de la vida bohemia y del vagabundeo. Prohibido trasnochar, hermano.

Por fin, cuando pude salir para Francia, creo que a la semana siguiente, resignado Raúl a que yo ocupara su lugar a orillas del Sena, me pidió que —a mi regreso— le llevara una caja de vinos pero baratos, de los que toman regularmente los franceses. “No se lo digas a nadie en la embajada porque entonces se quieren esmerar y se gastan una millonada con los vinos más caros. No. Yo quiero recuperar el sabor del vino de mi juventud”.

Es un hecho que Raúl podrá moverse represivamente con mucha más facilidad que Fidel porque es mucho más ideologizado, quiero decir, mucho más adscrito al comunismo. Y puede decir junto con Stalin que no está en el poder para pasar a la historia sino “para ser el perro cancerbero de las conquistas del socialismo”. Mucho menos creador que Fidel, solía decirme cuando me visitaba en mi casa y con los dos solos en mi oficina —bueno, solos absolutamente no; siempre estaban los vasos bien servidos— que a él lo que le interesaba era mover los hilos desde la oscuridad. “Mover los hilos”, me decía y me mostraba unos dedos que supuestamente movían las articulaciones de un títere. Es un conspirador y ha entendido que esa es la esencia del gobierno. Un conspirador natural, por cierto, porque sus lecturas son fatales —es un fanático de los mamotretos de Gary Jennings sobre Marco Polo (El viajero) y el conocido Azteca, que le suministraba García Márquez y luego él ordena adquirir por decenas para repartir entre sus generales, y con los que recicló su pasión por las novelitas soviéticas sobre la Guerra Civil o la Segunda Guerra Mundial—; pero nada de un nivel más sofisticado, como las constantes lecturas de Fidel sobre Roma. De cualquier manera, con más o menos tonelaje de sangre a su haber que se le achacan por indiscriminados fusilamientos, debemos aceptarle una simpática habilidad de hombre que sabe lanzar una mirada irónica sobre todo lo que le rodea. Recuerdo la ocasión en que escuchábamos una arenga de Fidel en la que apelaba a una conducta espartana y sobria de la población y el codazo con el que Raúl me subrayó su observación de que “ni te preocupes, que en el proceso cubano, la austeridad dura siempre muy poco”.

Esto último puede ser, al fin, una buena noticia. Esa cierta comprensión de Raúl por la debilidad humana habla de un hombre con el que se puede negociar. En definitiva, duro o flojo, sanguinario o no, la posibilidad de lograr la apertura sigue vinculada a la habilidad de los americanos —y de lo que quede de inteligencia en Miami— para tratar de acercársele sin emitir las señales equivocadas, sin obligarlo a que vuelva a atrincherarse. Todo depende, en verdad, de la calibración. Nunca habrá apertura desde posiciones de debilidad para los cubanos. La perspectiva de hundir en el mar la isla antes de entregarse es la única verdad de la Revolución Cubana. Denlo por seguro.

Y que Raúl sea el hombre con el que iniciemos el diálogo, depende por lo pronto, según sus propias palabras, de que sobreviva a la noticia de que el Comandante en Jefe ya no está entre nosotros.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Crónica


Ex cronista del régimen cubano afirma que Fidel Castro tuvo neumonía y decidió no tratarse.

Norberto Fuentes fue el primero en 2006 que dijo que el líder de la revolución había tenido diverticulitis.

"Neumonía. Diez días sin tratamiento. Él no quiso tratarse." Ese fue el mensaje que publicó este viernes a las 12.36 Norberto Fuentes en su blog, ex cronista oficial del régimen cubano y ex biógrafo de Fidel. En el texto no se entregan mayores antecedentes. De hecho, el mensaje está antecedido por el título: "Sujeto a conformación" (sic).

Noberto Fuentes fue el primero en 2006 que dijo que el líder de la revolución cubana había tenido diverticulitis, una enfermedad que Castro mantuvo en secreto hasta que se vio obligado a dejarle todos sus cargos a su hermano, Raúl Castro. Diez años después de eso, Fidel Castro falleció la madrugada del sábado pasado a los 90 años.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Sujeto a confirmación

Neumonía. Diez días sin tratamiento. Él no quiso tratarse.